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Mostrando entradas de octubre, 2014
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Mala La conocí en tiempos que, con mayor frecuencia, la visitaban los arcos iris. Vivía en libertad, alumbrada por rayos de sol, de la luna y de las estrellas. Conversaba con los vientos de la tarde y las copiosas lluvias nocturnas en los meses finales e iniciales de todos los años. Su existencia era compartida por apacibles bofedales y relajados  yuyos que flotan como nubes al vaivén de aguas limpias. Era visitada por yanavicos, playeros coladores, gallaretas, patos jerga, gaviotas andinas y otras aves migratorias. Gozaba de la bendición de los Apus tutelares y en una deseada calma sin temblores naturales y sociales,  Mala –que en verdad era Buena a pesar de su nombre- habitaba cerca de sus hermanas Perol, Azul y Chica. Las cuatro existían animadas por el propósito común y sagrado de dedicarse al bien común, con la misma ideología del aire, la luz y los productos del trabajo en las familias. Por ese lugar sagrado, ¿quién sabe?, alguna vez pasó Atahualpa y su corte,
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Elogio Del Silencio “Yo soy yo” René Descartes Si algún día Buscas sosiego  Inútilmente Inicia otro camino Sin maletas Aromas Ritmos Promesas Recetas orientales Sin nada a cuestas Primero Harás del silencio Tu compañero de viaje Para alejarte del sonido Devaluado en ruido Aprenderás   Del silencio Todo Dirás Luego: Silencio  Es susurro Instante eterno Isla de mar lejano Esqueleto sutil de la armonía Novena nota del pentagrama Es Nube Paréntesis Punto aparte Viento no nacido Tangente de la vida Cuarteles de invierno Piedra quieta con aristas Respuesta exacta sin medida Mar de las tranquilidades Cosa prohibida a secas Soledad contrita Ilusión ansiada En silencio puedes vivir cuanto quieras. Pero en el camino aprenderás el día de un año cualquiera: El silencio no existe. Solo lo he imaginado c omo aquella leyenda que habla del silencio como un invento de la diosa de la meditación. O
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Nuevo reino Para Mariana, Ale, Ian, Pachita y Vale, en orden de ad ultez Existen testimonios acerca de un enorme sauce que vivía solitario en el centro de la plaza del pueblo. Dicen los más sabios que en mejores tiempos fue un árbol frondoso, con sanas hojas y ramas acariciadas por amables gotas de rocío de las madrugadas costeñas. Pero pasaron los años placenteros con la llegada inesperada de un furioso fenómeno del niño que cambio el invierno por el verano y el otoño por la primavera. El sauce acostumbrado a los climas estables no pudo acomodarse a las locas temperaturas y se puso muy triste durante largos años, a pesar del cuidado que le prodigaban para mantenerlo alegre todos los días. Se deprimieron sus ramas como brazos descolgados y sus hojas lloraron lágrimas perennes. Desde entonces le pusieron el nombre de sauce llorón pensando equivocadamente que mejoraría su aspecto por vergüenza del apodo. Sin embargo, poco a poco la profunda tristeza irreversi