Nuevo reino

Para Mariana, Ale, Ian, Pachita y Vale, en orden de adultez

Existen testimonios acerca de un enorme sauce que vivía solitario en el centro de la plaza del pueblo.

Dicen los más sabios que en mejores tiempos fue un árbol frondoso, con sanas hojas y ramas acariciadas por amables gotas de rocío de las madrugadas costeñas.

Pero pasaron los años placenteros con la llegada inesperada de un furioso fenómeno del niño que cambio el invierno por el verano y el otoño por la primavera.

El sauce acostumbrado a los climas estables no pudo acomodarse a las locas temperaturas y se puso muy triste durante largos años, a pesar del cuidado que le prodigaban para mantenerlo alegre todos los días.

Se deprimieron sus ramas como brazos descolgados y sus hojas lloraron lágrimas perennes. Desde entonces le pusieron el nombre de sauce llorón pensando equivocadamente que mejoraría su aspecto por vergüenza del apodo. Sin embargo, poco a poco la profunda tristeza irreversible le hizo perder cada una de sus verdísimas hojas hasta quedar calvo.

El sauce perdió la esperanza y dejó de pensar en el día siguiente. Hasta que una noche llegó un papagayo que había logrado escapar de un camión que traía un cargamento de monos, culebras, pájaros y orquídeas desde el Valle del Altomayo.

Cansado de volar un largo trecho a la deriva encontró al sauce y decidió dormir en la quietud de una de sus ramas altas.

Despertó cuando el sol lanzaba con furia sus rayos de luz por todos lados. Entre bostezos atinó a desplegar sus alas lentamente como si bailara el lago de los cisnes.

Algunos testigos aseguran que confundido por el calor creyó que las ramas del sauce era una hembra de su especie y actúo con ternura de enamorado.

En ese largo instante luminoso el esqueleto del papagayo se integró a las raíces, tronco y ramas del sauce. Las plumas y plumones del ave se convirtieron en hojas multicolores que recuerdan la bandera del Tawantinsuyo.

Los viejos y sabios agricultores llamaron a los chamanes de la comarca para que hagan sus ritos de sanación e hicieron un memorial dirigido al ministro de agricultura solicitando un especialista que ayude a descartar todo tipo de maleficio.

Así lo sugirió el único docente de la escuela del pueblo después de explicar que solo conocía a las bacterias, virus y levaduras como parientes simultáneos de los siempre separados reinos animal y vegetal.

Hasta ahora esperan al botánico de la oficina provincial de desarrollo agrícola para que inicie el procedimiento de clasificar y ponerle nombre técnico a esta una nueva especie.

Mientras tanto, los visitantes llegan al pueblo con frecuencia  y se acercan al centro de la plaza para encender cirios en el suelo y colgar cartas con sus deseos en las ramas de plumas más cercanas, sin comprender cómo se había producido el cambio de reino por el sauce y el papagayo un día que, casualmente, cruzaron el puente como amantes furtivos.

Desde entonces los pobladores, que ya nada les sorprende, se imaginan nuevas especies de zanahorias parlanchinas, molles caminantes, cabras florecientes, con la confianza de que las especies del nuevo reino de la naturaleza cuidarán mejor nuestro planeta.

Martín Mendo
Renaceres

Setiembre 2014

Comentarios

  1. Tambien sueño con un nuevo reino.
    Linda narración, la compartiré con mis colegas. Ysa

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  2. Manolito que bello cuento. Es hermosa la posibilidad de recrear a partir de la ternura mundos nuevos. Gracias

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