Metamorfosis de la
caigua
La
caigua / se cansó de ser una planta / con raíz en suelo no ácido/
De buscar el sol a rastras / desde abajo / con distancia innumerable
Vive
molesta por ser parte del ajiaco
despreciado por los niños y por la costumbre que tienen peruanos de injuriar diciendo:
“Estás hasta las caiguas”.
Muy
poco del orgullo de sus padres por su linaje andino ha quedado en su memoria.
Apenas recuerda las historias de su madre sobre las ferias dominicales donde
las caiguas son ofrecidas en montoncitos de qaywuas o achunqchas, pertenecientes
a las gran familia de cucurbitáceas, con
antepasados representados en huacos mochicas de hace dos mil años.
Por ilusiones
ajenas difundidas con altavoces decidió cambiar de modelo de vida, ayudada por picaflores
tarmeños y abejas oxapampinas para polinizar su sueño de ser una elegante
planta de melón hidropónico en los huertos de altos edificios ecológicos, más
cerca del cielo, como los que aparecen en las ciudades grandes de China.
Siempre le pareció
que los melones tenían una redondez envidiable y un color veraniego, además del
dulce almíbar deseado.
Ella sabía que en todo
crecimiento las formas cambian hasta llegar a la adultez, pero decidió ir más
allá de las ideas de la metamorfosis de las plantas argumentadas por Johann
Wolfgang von Goethe, a fines del siglo XVIII. La metamorfosis, en
su caso, debería recorrer estadios inéditos para convertirse en una planta de otra especie. Un
gran salto.
Mediante un proceso aún
no explicado por los genetistas, reordenó su genoma tratando que las funciones A, B y C de sus
redes más chicas de genes les forme sépalos, pétalos y estambres de las nuevas
flores como primer paso para su condición de planta de melón.
En pocas semanas
adquirió las formas deseadas. En el agua
con nutrientes de los sembríos hídricos-fortalecidos fue estirándose en la escalera de canales aéreos hasta cubrir su feudo de varios metros a la redonda.
Aparecieron flores
amarillas y como gallina poniendo huevos fue convirtiendo las flores en melones
del tamaño de pelotas de básquet.
Al final, después
de gozos momentáneos, la metamorfosis representó un esfuerzo desmesurado al
extremo de apagar sus fuerzas y sus colores. La planta de caigua convertida en
melón, en los últimos instantes de su vida sintió que había equivocado el
camino de su desarrollo y le surgió la nostalgia por los suelos sueltos de la costa, las ramas con
hojas palmeadas y racimos de flores que
avisan del nacimiento de caiguas con espinillas con un verdor lleno de vida y listas
para los rellenos de carne, los ajiacos con papas y quesos andinos, rumbo a la
felicidad depositada en los gozos de los comensales.
Pero fue muy tarde
para que la planta de caigua dejará la lucha constante dedicada al desarraigo
de su cultura de origen, aunque -como Arquímedes con la misma explosión de su
¡Eureka! por las calles de Siracusa- dedicó su último suspiro de liberación a
la creencia rectificada que los trinos de los ruiseñores de siempre no deben
impedir a nadie que vaya por el viejo camino arbolado de pensar con cabeza
propia.
Martín
Mendo
Pachacámac,
Marzo 2016
Imágenes
Google: es.wilkipedia.org
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