El lápiz perdido
Un
niño acompañado de su madre, sin quererlo, dejó caer de su bolsillo un lápiz
nuevo cuando iba a su escuela, a una
hora de camino, como todas las mañanas.
Ya
debe haberse dado cuenta del placer que ha perdido al no poder estrenar su lápiz.
Anoche nomás, ansioso le había sacado punta con su tarjador hasta dejar la
punta reluciente como una espada.
Quién
sabe si a estas horas la frustración haya sido mitigada por la promesa de la
mamá de comprar otro lápiz hoy mismo o por el préstamo de un lápiz usado de
algún compañero que acostumbra a tener varios en su mochila.
Entre
tanto, su padre ignora lo sucedido, concentrado en el cuidado de los cultivos
de hortalizas y de la limpieza de la casa hacienda antes que lleguen sus
moradores a pasar el fin de semana.
Esa
misma mañana encontré el lápiz cuando parecía dormir entre las pequeñas piedras
humedecidas por la garúa de un amanecer de invierno. En el camino rural, poco
transitado, algunas veloces cuatro por cuatro, sin querer, le habían salpicado
lodo en pleno rostro y, el lápiz, más que un imberbe recién nacido, parecía un
desvencijado anciano, sentado a duras penas en las calles de todas las ciudades
para ver caer en silencio el paso del tiempo.
Lo
recogí con cuidado como si fuera un niño y con las dos manos lo froté hasta
apreciar sus colores andinos, aunque me
fastidió ver la tabla de operaciones matemáticas que tenía grabada para que los
escolares alimenten la memoria más que su pensamiento.
La
suma de color verde, la resta de color marrón, la multiplicación de color rojo
y la división de color negro, casi en modo de retrato social. Dos por uno, dos;
dos por dos, cuatro; dos por tres, seis…
Lo
traje a casa para cobijarlo junto a los lápices que tengo en mi cansada mesa de
trabajo, pero a pesar de los días caminados, el lápiz aún no se acostumbra al
gueto con forma de portalápices reciclado, porque todavía recuerda la imagen de
inocencia del niño que guarda grabada en su memoria de grafito.
En
los días que vienen con paso seguro llevaré al lápiz de paseo, entre pájaros y
árboles por el mismo camino, con la intención de encontrar al niño y gozar con su sonrisa iluminada por su reencuentro con su
lápiz perdido.
Martín
Mendo
Pachacámac,
26 de diciembre del 2015
Ojalá encuentres ese niño y le devuelvas el lápiz perdido para que recupere la sonrisa en el rostro preocupado.
ResponderEliminarMe hiciste recordar que en una escuelita rural encontré tirado en el patio un lápiz más pequeño que un dedo meñique, con una punta recortada en cada extremo. El director me dijo que hay niños tan pobres que le sacan punta en cada extremo hasta agotar el carboncillo. Lo tengo de recuerdo para que algún día mi nieta lo vea y aprecie lo que tiene.
Un abrazo.
Victor Arenas Mitre