Encuentros
La
reunión anual comenzó con la alegría propia de los encuentros esperados. Los
amigos y compañeros de colegio, mujeres y varones, fueron llegando de viaje,
uno a uno, para sumarse a la burbuja de saludos cariñosos, antes de sentarse en
sillas de paja dispuestas en redondo por el dueño del establecimiento. Los
rayos de sol ingresaban entre las cañas del techo con la fuerza del mediodía. Los
que se habían quedado a vivir para siempre en la provincia, más receptivos y
lentos, dueños de sus tiempos, participaban menos, quizá considerando que no
tenían nada nuevo que contar, hasta que en un momento inesperado el siempre
reservado Huapaya, sentado y con las piernas estiradas y cruzadas a la altura de los tobillos, con una copa
reposando en la mano izquierda y con una botella de cachina en la mano derecha, intervino para abrazar con sus palabras a
todos los presentes y, de paso, contarles de la crianza de cincuenta patos en
el corral de su casa con motivo del próximo día de la madre, luego de su
campaña de pavos de navidad. Algunos responden con abrazos verbales felicitándolo por su dedicación al pequeño negocio de venta de animales. Luyo le sugirió formas de mejorar la crianza, la licenciada Sánchez
planteó un aporte monetario para modernizar la granja, Mendieta propuso el uso
de alimentos de fábrica y suplementos de marca. Huapaya en silencio agradeció con los ojos entornados y prosiguió contando que todos los días les cortaba
berros y les daba pan viejo remojado en leche, además de maíz molido y afrecho.
Había hecho una patera que limpia todas las semanas y que aprovecha para
bañarse con la manguera mientras la llena de agua fresca y los patos a su
alrededor graznan como si estuvieran en una día de verano en la bahía de Cerro
Azul. Huapaya, cómplice consigo mismo, asentía hasta que en el momento menos
esperado, justo al borde de la hora central de las alegrías, se puso triste quizá
por la muestra de afecto desmedido de sus amigos y compañeros o tal vez por los
efectos iniciales de la traicionera cachina. Alcanzó a decir con voz
entrecortada que era feliz con la crianza artesanal de sus animales, porque
ellos sabían devolver el cariño, pero no puede soportar que luego tenga que venderlos
por treinta denarios. Todos se sorprendieron y algunos no alcanzaron a
comprender por qué de la animada conversación sobre la tierra de los éxitos habían
pasado a otra tierra que les parecía baldía y alejada de sus vidas. Huapaya terminó
su monólogo casi a la orilla del precipicio del mutismo, quien sabe si prefiriendo
pensar en cómo resolver sus esenciales contradicciones en busca de la felicidad
completa. Después del bache no programado por los organizadores del encuentro,
poco a poco, entre bailes y bromas, la reunión volvió a los cauces originales y
luego de varias horas todos se despidieron animados con el compromiso de
realizar el próximo encuentro en algún local cerca del río, para asegurar una
mesa llena de picante de camarones frescos, previo ceviche de chanque y
lenguado, seguido por un bufet de charquicán de raya, tuca y huatia en olla de
barro, chitas y mojarrillas fritas, cara pulcra y sopa seca, acompañado por un
abundante aguacero de vino seco de uva quebranta de Lunahuaná, pisco de Pacarán
y cachinas de las mejores bodegas del valle, capaces de lograr por alquimia
pura el encuentro de los mejores arraigos.
Martín
Mendo
Octubre
2015
Imágenes
Google: es.aliexpress.com
Gracias, me gustó mucho....en alguna ocasión he sido Huapaya.....
ResponderEliminarNydia Villavicencio
(recibido por correo)
En alguna medida, pero de modo insuficiente, todos somos Huapayas a pesar de los desarraigos que se producen a lo largo de la vida. Comprender ese fenómeno es importante para dar sentido genuino a la vida.
EliminarGracias Martín siempre da gusto leer tus cuentos, que más que cuentos son pasajes de la vida cotidiana con todas sus contradicciones.
ResponderEliminar(Por correo de Ana Miriam Mendoza Córdova)
Gracias Amy
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