Gatito

Con frecuencia escribo sobre la cuadratura del círculo de este mundo, en vez de ser más práctico y dedicarme a relatar tu cuerpo de gacela entre los árboles de esta selva de ciudad que nos habita. He decidido, para ser más exacto, escribir de la brisa de tu pelo, de la sonrisa de tus ojos, de las dunas de tu pecho, de tu pausa para decir preguntas obvias. ¿Para qué hablar? Cuando es suficiente que me digas las cosas con tus labios y tus caderas, como quien pide que pase mis manos domesticadas por tu piel, en silencio, como única respuesta. Para ser real, en todas las ocasiones guardo la palabras frente a tus alegrías que me caen como gotas de primeras lluvias de setiembre y siento que ya no seré más un geranio herido por la sequía. Solo con mirarte me convierto en un gatito,  con los pelos del lomo en puntas, por la calentura de tus manos y de tu lengua




El mismo día siempre

Al fin de regreso, después de un largo día civilizado. Mariana agobiada descansará algunas horas de tanto mover papeles y de asistir a reuniones de abundantes palabras y escasos hechos.

Ya en casa resopla y trata de recuperar su existencia natural, lejos de las simulaciones de la lucha por la vida, como titula el libro de José Ingenieros que leyó en la secundaria, aquel autor argentino más conocido por su obra  el hombre mediocre.

Por supuesto, en estos momentos, la cabeza de Mariana no está para reflexiones sobre el ser y la nada, porque las idas y vueltas al centro de trabajo la han convertido en una modelo de pasarela que camina al ritmo de los tiempos, en un escaparate de productos de exhibición personal.

Ahora, en la íntima soledad de su dormitorio, cansada, se desviste libre de todas las miradas. Descuelga de su adolorido cuello la larga chalina bermellón, perfumada y con hebras de hilos de plata. La chalina queda en el closet, a oscuras, colgada como si fuera una serpiente bíblica.

Lentamente, siguiendo su costumbre, se despoja de sus pendientes y sortijas, de sus zapatos de tacos altos y, con cara de angustias, se sienta en el borde de su cama para masajearse los pies, por algunos minutos. Luego, se deshace de su bléiser, blusa y pantalón levantador. Por último, se libera de la ropa interior y se masajea los hombros, la base de los senos y la cintura, con ánimo de borrar las huellas dejadas por vestidos apretados.

Pero en vez de ponerse el piyama y las chinelas, como es su costumbre de siglos, decide casi por capricho, ir a su tocador desnuda y sentarse frente al espejo para limpiarse con cremas la máscara que se pone todas las mañanas.

En ese momento se dio cuenta que el rostro del espejo le era poco familiar, pensó que su foto no existía en su DNI, ni en su licencia de conducir, ni en los eventos familiares, ni los de su oficina, ni en feisbuc. Pensó en el anonimato, en lo clandestino, en lo común, en el perfil bajo y sintió pánico frente a estas formas de inexistencia.

Solo después de varios minutos le llegó el alivio al pensar que, a las seis de la mañana siguiente, volvería a producirse y salir a la vida, para desenvolverse encarnando la ilusión de todos los días, sin darse cuenta que en realidad es el mismo día de siempre, marcado por la repetición de lo fatuo.

Así sucedió, el día de hoy casi como un día del pasado, grande y gomoso, con apenas un futuro ligero, como una pluma de ave perdida, llevada por el viento de las tardes de agosto.

Por la misma ruta de siempre por la que salió a la oficina, llegó a su casa, pero cuando se sentó frente al tocador para limpiarse el maquillaje vio al mismo rostro desconocido que le sonreía. Por primera vez, cerca de los cuarenta años, sintió una emoción rara, una habilidad sensitiva nunca utilizada, un deseo de compartir la misma perspectiva que se notaba en los ojos del rostro del espejo.  Poco a poco se dio cuenta que esa pequeña dosis de empatía para sí misma, le afirmaba un yo desconocido y devolvió la sonrisa al rostro del espejo durante  varios minutos exclusivamente sensitivos.

Se echó a la cama disfrutando del momento del auto reconocimiento. Mañana ya no será el mismo día de siempre,  en el que ella saldrá a la calle con el mismo destino de todos los días, pero sabiendo que detrás del maquillaje está su yo desnudo, al que tiene que brindar la importancia que se merece para lograr la aparición de un nuevo día.

Martín Mendo
Noviembre 2014

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