Sin dudas

Egos tiene como primer objetivo subconsciente convertirse en una verdad colosal, a costa de no lograr ser feliz por las inquietudes y batallas ordinarias que mantiene con otros Egos poseedores de otras verdades gigantes y, también, porque la vorágine de la vida, no le ha permitido darse cuenta y comprender que en un rincón se encuentra un Egos arrepentido y dudoso que se ha hecho genuino y feliz.


Tener

En estos tiempos de altares a los emprendimientos  y a la gestión de la felicidad producida por el tener, nadie quiere ver la soledad que les acompaña como sombra nocturna durante la otra mitad del día, fuera de los grandes escenarios de la enajenación. No existe un alto en el camino, un tambo para beber y disfrutar de una merienda, mientras se piensa en silencio sobre la necesidad de ser competente y excelente, como suele decirse en la actualidad. Se prefiere escoger el papel de ser rival después de marcar el terreno de sus propiedades y de las que se ambicionan tener. Ahora mismo las agendas personales incluyen la elección del uniforme diario que se utiliza para las contiendas esperadas que cada vez más se inician con una mirada ciega y una sonrisa de gran actuación.


Destierro

La luz de la verdad constituida le mostró el único camino que debería seguir después de renegar de todos los dioses. Tuvo que dejar todo por la premura de salir cuanto antes. En el bolsillo de su casaca solo conservó el aipon seis como un inútil pálido recuerdo de pan viejo reservado para el hambre en los confines del mundo. El destierro –se dijo-  es la base del destino construido con manos de artesano durante una larga vida y, por eso, sintiéndose responsable y conformado, se echó a andar con los pies descalzos. Agotado llegó a un café de carretilla situado a la vera del camino y pidió un vaso de agua de quinua y dos chaplas con tortillas de verduras, con la voluntad de reparar el ánimo y continuar una ruta sin destino.  Ya en el atardecer,  con puesta de sol incluida, divisó un paraje del desierto urbano que envolvía al camino. Cuando estuvo cerca pudo ver que su tránsito era interrumpido por la omnipresencia de un edificio de paredes altas, coronadas con alambres eléctricos, cámaras de video y un torreón por el que apenas se sospechaba la presencia de un vigilante tras ventanas con vidrios polarizados. Nadie le explicó la contradicción del camino interrumpido por el edificio y, con el silencio como respuesta a sus preguntas siempre incómodas, prefirió bordear el edificio hasta que,  de pronto,  de nuevo en el camino se halló en medio de un tumulto que le obligó a fijar la mirada en una nueva luz de carne y hueso caminando en el mismo sentido, por lo que prefirió seguir tras ella con creciente entusiasmo y sin mirar atrás.

Penúltimas sensaciones
Martín Mendo, 2014

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