Retorno de Santiago
Después
de tomar desayuno apuradamente, mamá y papá antes de salir de casa se
despidieron de su único hijo Ayar Manco, cuyo nombre en quechua significa cuidador de
quinua.
Ese
nombre fue puesto por dos motivos principales, el primero, por tratarse del rey
fundador del Tawantinsuyo y, segundo, en agradecimiento a la NASA por haber
incluido la quinua, de marca Perú, en la dieta de los astronautas.
Mamá
dejó a Ayar Manco el cuidado de la casa obligada por las circunstancias. El mes
anterior, una desconsiderada criada exigió reivindicaciones económicas y
humanas antes de marcharse y después de esperar inútilmente una respuesta
favorable a sus pedidos.
Agobiada
por las tareas de la casa y por el estrés
de papá, provocado por los resultados en la gestión del proyecto
estratégico de su fábrica de menajes de cocina, fue la que decidió ir por los
caminos de Santiago, postergando los siguientes encuentros consigo misma, en la
India y en las Lagunas de Salas de Piura.
Viajarían
en busca del camino de Santiago para dar rienda suelta a sus deseos religiosos,
en comunión con sus deseos terrenales de escaparse de la moderna rutina de
Lima.
Ya
en el aeropuerto de Barajas, sin parar salieron a Pamplona, donde se pusieron
en contacto con la agencia de turismo prevista. A las pocas horas, en bus
atravesaron Logroño, Burgos, León, Astorga, Pontevedra y, al fin, llegaron a
Santiago de Compostela y visitaron la tumba del Apóstol Santiago. En ese mundo,
de relajación espiritual de hace siglos, sintieron sus sueños realizados.
Después
de 20 días de ausencia regresaron a casa, pero la realidad se hizo presente en
primera instancia cuando la mamá entró al comedor y vio el retrato de lo que
quedaba del último desayuno familiar en la mesa. Migas de pan, platos con grasa
seca de yemas de huevos y tocino, botellas destapadas de yogures pro bióticos
de varios sabores, tazas cansadas por colores de muerte, cajas de cereales
desvencijados, sillas sin pertenencia aparente y fuera de sitio.
Mamá
dio el grito de su vida pero los oídos de su hijo estaban lejos de su alcance,
quien sabe si escuchando el último reggaetón en una de las discotecas de moda.
Sucesos
En
la cuarta edad recordaba hasta los mínimos detalles de los eventos que nunca
sucedieron. Ahora, en la segunda, apenas recuerdo los sucesos importantes y
mucho de las nimiedades que están por suceder… pero no aprendo.
Vasos comunicantes
He escuchado a Gabo y otros decir que escriben para
que los quieran, casi con las mismas ganas épicas de los que escriben por el feisbuc
en busca de nuevas burbujitas en el estómago vacío. Otros escriben para sacar
los demonios sumergidos en los infiernos de Alighieri de los que cada uno somos
propietarios infelices. No faltan los que desean
registrar los hechos escribiendo con cincel y en cuneiforme los pasos de su vida. Después
de pensar varias décadas, estoy convencido que escribo, como muchos, solo por
la necesidad de comunicarme con mis otras partes, a manera de una hilera de vasos
comunicantes.
Sueño
Las culpas derramadas desde el sillón del psicoanalista me parecen peores que los dolores de ayer por los achaques a los
cuarenta y cinco años. Hoy, después de una placentera noche lunamielera, he
comprendido que a los sesenta y ocho, como dice ese señor llamado Calderón, la
vida es sueño.
Martín Mendo
Cotidianas
Mayo 2014
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