Comunes

En el mundo de los comunes solo existen personas comunes numeradas por las loterías de la vida. Desde otras dimensiones paralelas al mundo de los comunes solo se encuentran las personas no comunes que nacieron o han dejado de ser personas comunes por méritos, azares de la vida o picardías.

Las personas no comunes son mucho menos en todo orden de cosas y, entre ellos, están los entendidos, los principales, los chamanes, los notables  de la aldea y familiares y amigos, como cortes de renovadas monarquías. De algunas de estas personas vale la pena aprender aunque muchos de ellos no reconozcan que aprenden y viven de los comunes, en nombre del bien común.

Las personas comunes son vistas como buñuelos callejeros hecho con harina cuatro ceros y no alcanzan los estándares de postres de los salones dorados o vip. Es cierto que los buñuelos tienen el sabor de las fantasías, sobre todo cuando son bañados por miel de chancaca con hojas de higueras cañetanas, pero el gusto sacramentado solo es de los entendidos, los principales, los chamanes y los notables de la aldea y de sus familiares y amigos, de hasta las generaciones venideras, si las cosas no cambian, porque en el decir de los comunes pesimistas y deprimidos, una persona común es eso solamente: la persona que se siente la quinta rueda del coche pero que muchas veces ni se entera que es la quinta rueda del coche, es el siempre  prescindible, el diez soles de los vítores políticos, el referente negado de su propia familia, el peligro que asecha,  el ánfora de las promesas incumplidas. Siente que es una ansiedad insatisfecha desde las primeras luces del día, un cautivo de su propia vida, un empleado público con estampitas de colores hechas en computadora cada cinco años, un trabajador con cara de trabajador bajo la espada de Damocles puesta sobre su cabeza por las paradojas sociales.

Pero el hombre común, liberado de las presiones de la conciencia ajena, cree con optimismo pesimista que es un pensamiento vivo, una canción de cuna, un hacedor que se las juega, un albañil de casas cotidianas, una mano extendida, un abrazo caluroso,  un mesa con mantel blanco y panes para todos, una pieza en el ajedrez infaltable de las multitudes, de esa fuerza inmensa periódicamente dormida.

La gente común, sin fugas solitarias, es capaz de inventarlo todo hasta alcanzar nuevas dimensiones extrañas, y crece como el arroz en los aniegos escogidos o como luz del amanecer en nuestras cálidas campiñas o en los barrios cuyo valor existe como una eterna lumbre.  

Martín Mendo
Penúltimas Sensaciones



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