Avatares
de la vida




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Los científicos muestran interés por nuevos conocimientos. Realizan sesudas investigaciones de plantas y animales de formas y colores hasta ahora desconocidos.

La iniciativa de la exploración de nuevos mundos interiores ha correspondido a las megas empresas y la piedra filosofal de sus inversiones, orientadas por las pasiones hacia la acumulación y la modernidad.

Luego del poder disuasivo de pesadas aeronaves armadas, el departamento de investigación al que pertenecen los científicos es la tropa de avanzada de la tecnología.

Con el papel de notario, el gobierno cede paso a los nuevos emprendimientos y no puede más con su pesada osamenta de paquidermo. A otros les corresponde asumir las velocidades de sus ambiciones.  El tiempo es oro.

El foco de la explotación minera coincide con el lugar sagrado de la gente a los que la empresa, en su afán civilizatorio, trata de convencerlos de la bondad del proyecto, que incluye el desalojo de su madre tierra.

Los originarios sienten el peligro y  esperan armados a los nuevos dioses en la Curva del Diablo. La orden de arriba ya está dada, aunque después jueguen al gran bonetón de las culpas. El país tiene que avanzar a como dé lugar. La selva será liberada para todos los peruanos y se da inicio a la guerra santa.

Bagua explota. Los hechos aparecen en la prensa como una raya más al tigre. Las huestes invasoras se repliegan con la mayor cantidad de muertos que pudieron recoger a duras penas. Ninguno era un alto oficial o un alto dignatario.

La selva recupera su humedad limpia, los cantos de aves, los chillidos de los monos, el celo atendido de los animales. Los originarios lloran a sus muertos y vuelven a la vida cotidiana que han defendido desde antes del nacimiento de los nuevos dioses de la libertad.

La Amazonía, acostumbrada a producir oxígeno para toda la humanidad, toma aire por el momento.


5 Marzo 2010

El cruce



Nunca me gustó ese pastel pequeño de piel marrón, con forma de ladrillo amarillo yema de huevo y una delgada línea central de relleno, imitación de manjar blanco.

Pero lo tenía al frente seduciéndome con una mirada de tristeza acumulada, esperando estoico junto a unos lánguidos bizcochos y alfajores, en la vitrina de un quiosco desvencijado, en el cruce de todos los caminos.

El pastel quieto y yo apurado por el retorno a casa, hacía desaparecer la distancia entre la invitación implícita y la aceptación subyugada. Nada mejor –me dije- que un pastel hecho en estos lugares, lejos de los controles de calidad y en el cruce de múltiples destinos y angustias.

Minutos antes me había apeado del penúltimo microbús con destino al sur y todavía no acababa de enderezar la espalda para subir al último micro del tramo final de mi viaje a las nueve de la noche de cada día.

Más que los embotellamientos a la salida de Lima, la parte más pesada del camino es bajar del micro en cuclillas entre bolsos y cajas con compras recientes, traseros gordos y los apuros de los jaladores, “Lurín, Lurín, Lurín…40, 40, 40…” y, por supuesto, de choferes que nadie sabe explicar razonablemente porqué tienen licencia de conducir y documento nacional de identidad.

Sin embargo, el trayecto suele ser entretenido, en medio de una noche bella, cerrada, sin luna y estrellas. Las luces al lado de la autopista parecen luciérnagas perdidas entre las brumas de invierno. De a poco los pasajeros anuncian su bajada cerca a sus casas, en los cerros de arena a los que deben subir por unas escaleras amarillas. “Lechón…lechón”, “llanta amarilla”.

El viaje se hace más relajado cuando se sale de la autopista y se recibe la brisa nocturna de la playa cercana y el perfume de jazmines del cementerio parque del recuerdo, paso obligado, para los que venimos de los desiertos de la guerra.

Ahora, heme aquí, con el rostro apacible comiendo el pastel amarillo con manjar blanco, pero con el falso deseo de ahogar mis ansiedades por los asuntos pendientes de la vida. Cuando llegó el microbús esperado ya el pastel se había convertido en una esfera salivada que caía peristálticamente por mi esófago en busca de su metamorfosis final.

Subí rápidamente y,  más que la ingesta, el sedante viento y olor a plantas y vidas sencillas, rápidamente, comenzó a hacer efecto. Es un gozo irrefrenable que surge, cuando a pocos kilómetros de Lima -donde la mala costumbre sigue gritando a los cuatro vientos que el Perú avanza-, la atmósfera se descarga con cariño, las tradiciones de los pueblos pequeños son fantasmas buenos y, más allá, en el centro del poblado rural, donde he decidido unirme a los aparecidos, los cerros todavía mantienen sus títulos de dioses tutelares, como antes.

Setiembre 2010

Plenitudes



A Javier, compañero

Dedicó toda su vida a morir, pero fracasó en el intento de ser feliz de esa manera.

Uno de esos raros días, que todos tenemos al levantarnos con el pie izquierdo,  supo que solamente había cumplido con una parte de sus objetivos personales.

Era feliz ofreciéndose a la muerte siempre al filo de la navaja,  pero se dio cuenta que de esta manera había dedicado toda su vida a vivir con dignidad.

Mayo 2013


La leyenda del arco iris y las ollas de barro relucientes de oro




En el tiempo de los incas hubo un pequeño curacazgo perdido en las profundidades de la cordillera negra, con un curaca a la cabeza, dos ayllus, jardines de  cactus espinosos y malas yerbas regadas día a día con esmero por una especie de ñustas, que acompañaban al curaca, de sol a sol, en sus sueños de poder.  

Todavía no se había inventado el refrán que alude a ser cabeza de ratón antes que cola de león, pero el viejo curaca, sentado en su viejo trono de palos de guarango, reflexionaba de modo autocomplaciente, reposado sobre una oreja de su ñusta principal, acerca de su patrimonio logrado, felizmente lejos del monarca del imperio, a punta de codazos, penumbras cordilleranas y miradas especiales a lo largo de su vida.

Así estaba cuando, en medio de sus matinales y cada vez menos reflexiones, le entró un inesperado ataque de pánico, casi como la punta de una lanza en la aurícula derecha del corazón.  No hubo necesidad de saber que tenía aurículas para darse cuenta que también, igual que la gente de los ayllus,… tenía que morir.

La angustia de la chiripiorca crónica que padecía le hizo pensar en la urgencia de trascender dejando su legado a los jóvenes y adultos de los ayllus. Llamó a gritos al quipucamayo más experimentado y le dictó las pautas de lo que tenían que hacer sus súbditos actuales y las generaciones venideras.

El sabía dictar pautas aunque era un analfabeto en el arte de los quipus y tampoco tenía ganas de aprender. No era necesario porque sentía que su fuerte pensamiento podía poseer al quipucamayo. Luego de mascullar algunas reflexiones ininteligibles, por fin, se escuchó un “grrr...”.

El quipucamayo presuroso comenzó a hacer nudos que hablaban de la indignación que produce no saber cuál es la demanda potencial de maíz y papa en la región.  En solo tres nudos registro el pensamiento y esperó.

El curaca bostezaba en esos momentos, con un “aoouuu” prepotentemente vulgar. El quipucamayo, interpretando el bostezo, hizo nuevos nudos que afirmaban de la necesidad de mirar el horizonte desde la cima del Apu más alto, para saber cuantos pasos tenían que dar  hasta  el arco iris y las ollas de barro relucientes de oro.

El curaca terminó la sesión satisfecho por la capacidad del quipucamayo en la interpretación de sus pautas, cerró los ojos a manera de ensayo mortal y se entregó a un sueño caprichoso en el que se veía acariciando un objeto rectangular formado por láminas blancas y gráficos negros, que le había sido entregado por un rayo de sol conteniendo su legado.

Lo único que lamentó es que no se había inventado eso de autor y de “crédito”, que tantos problemas ha ocasionado en el mundo contemporáneo, por aquellos que dictan pautas que solo requieren ser escritas por algún desprevenido o áulico escribano.

 Diciembre 2012

Gene 



Gene es un caballero de 50 años que piensa con trasiego y solera andina, para refrenar una vida cuya raíz familiar fue parte obligada de la “Tempestad en los Andes”, como definió el viejo Valcárcel a los violentos procesos migratorios de los 40.

Pero Gene nació, luego del retorno de sus padres, en un valle cordillerano y aún niño, con toda su familia y poco a poco,  como mariposa nocturna siguiendo la luz del poste limeño y las penumbras de las migraciones, llegó a la capital una madrugada de fecha olvidable.

Es un andino cuya lucha por la vida lo hizo tropical, porque entra en calor de rato en rato. Aprendió en el ajedrez de la vida que el ataque es la mejor defensa, así que en todo tiempo y espacio se acalora, monta en cólera y se enfrenta con fundamentos sacados de la manga para echar la culpa de sus problemas a sus eventuales adversarios, a los cuales coge por sorpresa.

Pero no a todos agarra desprevenidos. Los miembros de su familia  conocen sus arrebatos acostumbrados porque, también, cada uno tiene lo suyo. A veces, en los reencuentros familiares a todos les gusta celebrar ruidosa y calurosamente con ánimo de fiesta. Discursos van discursos vienen y todos levantan las plumas como aves del paraíso.

Hasta que Gene, el aguafiestas, convierte el clima tropical en un asunto pasajero, luego del arroz con pollo y las cervezas.  El cielo se oscurece y comienzan los truenos, rayos y lluvias, hasta por quítame estas pajas.

Gene saca a relucir sus mejores armas del pasado, como un vómito dirigido a eliminar toxinas que tiene en el estómago y, luego, dando un portazo, va en busca de la calle solitaria.

A solas siente que sus aguas se calman, pero se encierra en un mutismo autista hasta que una fresca ola de emociones lo invada completamente. Así pasa los días luego de la ira santa. Solo le queda un concho de pesadumbre debido al olor de tierra quemada que ha quedado entre los miembros de su familia.

Salir de la pesadumbre, de la culpa que lo embarga, lo convierte en un Hamlet ocasional hasta que, después de días innumerables, la casualidad junta de nuevo a la familia por el velorio de un lejano familiar y, entre hojas de coca, cigarrillos y caña, los nuevos acercamientos se producen lentamente como la noche al convertirse en día.

Al comienzo los diálogos son tímidos y calculados pero, casi como un huayco sueltan la lengua con palabras de flores, aromas y aves canoras. El faro marino de la relación familiar ha vuelto a alumbrar y el único problema es que las baterías que utilizan solo tienen un tiempo de duración, pero viven convencidos que si se agotan, igual, las baterías se volverán a cargar.

Mayo 2013



Comentarios

  1. Giancarlo Viccina30 de mayo de 2013, 10:54

    Despues de arroparme con varios libros para 15 días de vacaciones... despues de quedarme desnudo y decepcionado por los mismos... al fin ropa suelta... como las camisas de Javier... ropa fresca y abrigadora... como ver el atardecer de marzo en Pachacámac desde tu refugio. Giancarlo Viccina

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